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Huella Efímera 

Paola Beverini

El mar ha sido una presencia poderosa en la psique humana desde tiempos inmemoriales. Simboliza el origen de la vida, pero también la idea de un horizonte abierto, invitación al viaje épico que puede conducirnos a lugares remotos. El paisaje marino, presente en muchos de los movimientos más importantes del arte, se define por un enfoque en el mar, enfatizando su belleza natural, su carácter misterioso e indómito, pero también una metáfora que nos permite comprender la existencia.  La gran ola de Kanagawa, de Hokusai, una de las obras más conocidas del movimiento Ukiyo-e (pinturas del mundo flotante), por ejemplo, intenta enfatizar que el mundo es fugaz, transitorio, sensación que nos provoca el surgir de las olas y su desintegración.  Claude Monet exploró los efectos efímeros de la luz en el agua y con ello nos habla de los cambios que trae el transcurrir del tiempo. Gerhard Richter, en su serie Seestück  nos invita a la contemplación que provoca  la horizontalidad del mar apacible. El paisaje marino puede conducirnos también al mundo íntimo y personal con sus ritmos y sus cadencias.

Las obras que presenta Paola Beverini en esta exposición tienen este efecto. En una de ellas, podemos apreciar la elegante armonía de una brizna vegetal arrojada por el mar a nuestros pies. No está sola. Su presencia forma un haz de relaciones: no solamente entre elementos materiales como el agua, la arena o la luz, sino también con las sombras, los reflejos que el instante provoca.  La sensación es la de haber descubierto un diminuto paisaje, lleno de vida, pero efímero.  Porque esta visión no está destinada a la permanencia. Es una brizna vegetal, pero también una brizna de tiempo.  El instante en que estamos vivos, justo antes que el paso del tiempo y los cambios que trae, arrasen con lo que fue. El tesoro de existir y su vulnerable fugacidad.

Beverini nos acerca al fenómeno vital de la naturaleza que es puro movimiento. El vaivén del mar es la inspiración central: cada ola arroja a la playa propuestas que desatan la imaginación de la artista. Los desechos vegetales, el rastro del agua que, en su ir y venir, marca la arena con cambiantes texturas, la espuma que se extiende en diseños que serán arrasados al instante. Esta metódica danza, tan natural como respirar, provoca una silenciosa calma. Y es esta emoción la que nos provoca la propuesta de la artista.  Porque en la obra no solamente percibimos objetos, sino la presencia de quien observa y resulta afectada por lo que ve.

El vaivén del mar genera un ritmo vital, un palpitar. Las obras de Paola Beverini nos hacen sentirlo.  No solamente en las imágenes que capta su cámara, sino en ese otro momento cuando la artista toma las formas de la naturaleza y las traslada a sus esculturas que no parecen inertes, sino insufladas por el hálito de la existencia.  Y, nuevamente, nos hace reflexionar que el vaivén del agua es como el de nuestra propia vida interior donde hay dolor y gozo; amistad y soledad, ira y ternura en un oscilante péndulo. Los paisajes cambiantes y efímeros de la naturaleza son también los de nuestro interior.

Si el movimiento está cerca de la vida, las lágrimas de piedra que son parte de esta exposición nos sugieren algo muy distinto.  Son estáticas, como la muerte.  La delicada paciencia con la que Beverini nos enseña la etérea belleza que nos rodea, se transforma en un clamor.  Estamos aniquilando la naturaleza que nos sustenta, eliminando el resplandor de su presencia.

Las obras de Paola Beverini son como un haikú cuyo estudiado minimalismo aparenta sencillez, sin embargo, encierran una vitalidad desbordante y una serena meditación acerca del significado de la vida.  También una voz que se alza para advertirnos del peligro de extinción que amenaza al entorno natural cuya sobrevivencia está necesariamente vinculada a la nuestra.    

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